viernes, 3 de noviembre de 2006

EL REGALO MÁS EXTRAÑO DE MI VIDA

Hoy recibí el regalo más extraño de mi vida y todavía no logro volver en sí.

Alguien que me debía un favor MUY pero MUY grande, de ésos que uno luego se arrepiente de haber hecho, y me mandó un mensaje de texto cerca del mediodía:
“nunca voy a terminar de darte las gracias. ya está en camino tu regalo, reina, que lo disfrutes, te lo merecés”
Hasta ese momento no tenía ni idea de qué se trataba, sin embargo haciendo algunas revisiones sobre mis conversaciones con él, recordé que alguna vez yo había deslizado un obvio interés por un carrevitón.

La lista de regalos que me habían hecho desde que cumplí los quince años, acompañados por los nombres de los obsequiadores y lo que me pidieron o insinuaron a cambio estaba a punto de dar su vuelco más importante en los últimos años de sequía.

Estuve intranquila toda la tarde, iba de una punta a la otra de mi casa, no podía creer que alguien fuera capaz de regalarme un carrevitón, justo a mí, justo a mí que nunca estuve en el cuadro de honor de nada que fuera meritorio.

El timbre sonó cerca de las seis de la tarde, volé por las escaleras (el ascensor no funciona desde hace tres interminables días) firmé la planilla del muchacho, tomé el regalo y subí con la caja escalón por escalón con la sonrisa más grande del planeta.

Cerré la puerta con el talón y coloqué la caja sobre la mesa. Para no perder ni un detalle del carrevitón al desenvolverlo me subí a una silla y desde ahí comencé con la dulce tarea.

No aguanté la ansiedad y a los pocos segundos rompí el moño, el papel regalo y por último la caja hasta descubrir mi carrevitón y convertirlo en el centro de todas las miradas del universo, casi me caigo de la silla, casi se me paraliza el corazón, casi no lograba respirar. Era la primera vez que sí o sí necesitaba fumar desde que había dejado. Pero no.

Al principio tuve un poco de miedo, era de los mechados, un carrevitón mechado, el mundo me pertenecía y yo siempre tuve celos de dios.

No sabía ni cómo empezar. Lo primero que cualquiera haría en mi lugar sería apagar la luz y colocarlo en el suelo para tirarle agua o soplarlo. Pero no, yo no soy de ésas (aunque reconozco que fue lo primero que se me cruzó por el flequillo ¡Ja!) YO PUSE MÚSICA.

Las primeras seis o siete horas pasaron tan rápido que solo parecían minutos. Si alguien me prometía que el resto de mi vida iba a ser así yo hubiera aceptado de inmediato sin medir consecuencias.

Mientras escribo estas líneas tengo al carrevitón junto al monitor, solo deseo terminar este post para apagar la luz y fingir que quiero dormir, y tal vez tirarle un poco de agua.

Estoy tan feliz, tan feliz que casi no me importa el miedo.

Hasta mañana.