jueves, 18 de enero de 2007

LAS MARILYNAS NEGRAS

Parecía que todo lo que estaba pasando era un preámbulo necesario pero triste a la espera de los verdaderos acontecimientos, o sea: La llegada de Guille desde Barcelona con unas inéditas y misteriosas pastillas llamadas Marilynas Negras.

Las paredes del piso en Barrio River se tambaleaban a la par de un Hip Hop pegajoso y a todo volumen. El ritual de ir a las heladeras y elegir entre tantas botellas mezclaba a los cuerpos transpirados y apenas vestidos con papel de regalo. En el balcón más grande, porque en el otro estaba el dueño de casa con la novia de su padre, se conversaba acerca de las escasas posibilidades que Guille tenía de pasar las pastillas por la aduana de Ezeiza.

Minutos más tarde un llamado al celular del César logró el silencio de todos y enseguida su sonrisa al cortar frunció los corazones de la mayoría, el mío no, porque no tengo. “Está en un taxi a diez cuadras de acá” dijo eufórico y todos comenzaron a bailar sobre los muebles.

El mundo entero quería bajar a abrirle. Al verlo entrar lo abrazaron tanto que parecía que venía de una guerra en la que había muerto. No tuvo tiempo de servirse un trago porque el interrogatorio sobre las Marilynas le hizo bucear en la falsa pared de un atado de Marlboro Box donde dormían las negras más famosas del Hollywood.

Enseguida parecieron pocas al compararlas con la cantidad que éramos en el cumpleaños, sin embargo cuando Guille sacó siete atados más de cigarrillos de su bolso César se arrodilló delante de él y le besó el miembro sobre su pantalón. “Mi fiesta dependía de vos” le dijo mirándolo desde abajo como un esclavo.

Minutos después, y tras un ritual Barcelonés que consistía en una pequeña oración pagana, Guille puso en cada palma abierta una pastilla negra con forma de corazón.

“Cada cual sabe a lo que se expone, las Marilynas buscan la esencia de cada persona y la potencia hasta lo inimaginable convirtiéndola en el motor principal por encima del cerebro y el corazón. Están todos avisados.”

La tomé sin pensar y la bajé con ron. Desde entonces no recuerdo nada.

Esto lo estoy escribiendo una semana después del cumpleaños de Guille, tengo el pelo teñido, marcas en el cuerpo, sellado el pasaporte y la sensación de haber matado a alguien con las manos.