sábado, 30 de septiembre de 2006

RELOJ DE ARENA

Tengo un reloj de arena en mi casa que es el botín de un robo ocurrido hace más de cincuenta años y que a causa de culpas, azares, y a esta dulce sonrisa, llegó a mis manos hace un tiempo y desde entonces descansa (cuando lo dejo) sobre el escritorio de la computadora.

Tarda un poquito más de dos minutos y veintinueve segundos en pasar toda la arena por su celoso embudo.

Desde un primer momento supe que ese tiempo no era casual, que en algo había pensado su creador a la hora de soplar esos vidrios, y que el tiempo de ese reloj estaba inspirado en algo muy preciso.

Lo difícil era saber qué había en el mundo que durara siempre un poco más de dos minutos y veintinueve segundos. Por lo tanto desde que el reloj llegó a mis manos paso mi vida realizando tareas y midiendo el tiempo con ese artefacto para ver si alguna coincide.

Hasta ahora nada tarda exactamente ese tiempo y sigo probando.

Ayer se lo conté a mi hermana y me dijo como al pasar: “En realidad está hecho para que dure cinco minutos, es universal, lo volvés a girar y transcurren otros 2 minutos y un poco mas de veintinueve segundos, lo que falta para completar los cinco es el tiempo que uno tarda en volver a girarlo.”

Obvio.

Desde entonces miro al reloj con cierta bronca y he dejado de buscar cosas que duren un poquito mas de dos minutos y veintinueve segundos.

Ahora busco cosas que duren cinco, no aprendo más.