domingo, 24 de diciembre de 2006

BORRACHA CONTANDO HISTORIAS

Una sola vez pasé año nuevo lejos de mi familia y de mi casa natal.

Fue hace cinco veranos que cambié el turrón blando por las drogas duras; las lágrimas de los abuelos muertos por una mueca de risa que solo se borraba a golpes de la cara contra la paredes; cambié la radio con el locutor embriagado diciendo los segundos que faltan por un conteo a cientos de voces con ügre voon chids al palo; cambié los deseos de un buen año por deseos de cumplimiento efectivo media hora después a orillas del mar a la luz de los fuegos artificiales sobre las olas nocturnas; cambié mi vestido blanco y mi bombacha rosa de todos los años por una bikini fucsia con pareo y un sombrero de Sara Key.

A la mañana siguiente su espalda desnuda y enorme marcaba territorio sobre la cama, mientras una arena fina habitante de su melena rubia estallaba contra nuestra almohada doblada por el amor.

Me levanté cerca del mediodía y desayuné sola dos o tres cosas de las cien que pusieron sobre la mesa mientras miraba por el ventanal como se nublaba.

Fue un año malo.
Pero fue el último año malo.

Escribo estas líneas mientras mi madre le pone nombre a los regalos y alguien me alcanza una cerveza helada pidiéndome que deje de escribir y que salga al patio para que les cuente mis historias, un adelanto de lo que contaré con detalles luego de las dos como hago siempre, sentada en el césped, borracha de alegría, mientras los amigos van llegando.

Felices fiestas, gracias por visitar mi casa.