lunes, 30 de octubre de 2006

COGIENDO COMO BESTIAS FELICES

Una chica vive sola hace seis meses en un departamento que se ve desde mi ventana.
Los domingos cerca de las siete de la tarde la visita un señor mayor (supongo que su esposa debe tener reunión fija con sus amigas de Pilar todos los domingos).

La vecina enciende velas, prepara tragos, pone música, a veces se disfraza un poco apurada delante del espejo unos minutos antes de que él llegue y un rato después se dedican a fornicar.

Yo apago la luz de mi casa, me siento en la alfombra con mi cámara y los espío o les saco fotos.

Anoche me vieron.

Me quedé petrificada corriendo la mirada a un punto fijo en la pared del edificio como si estuviera meditando y bajé la cámara, era inútil.

Lo segundo que pensé fue en levantarme y continuar con mi vida olvidándome que había dos personas fornicando a veinte metros de mis ojos en línea recta mientras yo me apoyo en la puerta abierta de la heladera sin saber qué quiero de mi vida.

Pero también era inútil.

El juego de inmediato se planteó sin abandono. Ellos en lugar de correrse de la ventana o talonearse con la cortina, comenzaron a reírse y acercándose a mí lo más que pudieron comenzaron a coger como bestias felices.

Duró casi una hora esa orgía desigual y a distancia con abismo por el medio entre poses dedicadas y miradas certeras en el fuera de foco de tantos metros.

Cuando acabaron sin dejar de mirarme, se vistieron, se empezaron a reír y dejando la luz prendida salieron del departamento.

Tres minutos después sonó el portero eléctrico de casa.

No atendí. Me quedé con culpa sentada en el suelo con las rodillas en el pecho. Tampoco atendí cuando volvió a sonar insistentemente, ni tampoco la tercera vez.

Hoy a la mañana me llamó mi amiga Caro.

- ¿Dónde estabas anoche? boluda, pasé por tu casa y no había nadie.