miércoles, 21 de febrero de 2007

EL DÍA DEL CHACAL

Hace más o menos cinco años un compañero de la Facultad llamado Juan Cruz, con el que yo había tenido un pequeño romance de apenas dos meses, se tuvo que mudar repentina e inesperadamente a España.

Para ese entonces nosotros ya éramos solo dos personas que apenas se saludaban en el café donde nos reuníamos con los demás compañeros en los tiempos muertos de un horario de cursada confeccionado por el demonio.

Poco a poco Juan Cruz comenzó a comportarse de un modo esquivo, luego se lo veía menos por la facultad y finalmente abandonó la carrera. No hubo muchas repercusiones al respecto, sin embargo alguien me dijo que le había pasado algo muy raro en su vida y que por eso había tenido que dejar los estudios al igual que otras actividades paralelas.

Un día antes de subirse al avión de Iberia rumbo a España me llamó desde un teléfono público y me dijo varias cosas en forma apurada e inentendible. Solo quedó claro que vendría a mi casa en media hora para dejarme un sobre.

Diez minutos después tocó el portero y me pidió que bajase. Juan Cruz estaba bastante cambiado como si se hubiese hecho alguna operación estética en el rostro o como si hubiese crecido de un modo inesperado. Hablaba con miedo y miraba hacia los costados constantemente. Me dijo que se tenía que ir a España, que ya tendría tiempo de contarme en detalle las cosas que le pasaron, que yo era una de las pocas personas en la que confiaba y que al mismo tiempo no podrían relacionarla con él.

Y que por favor le guardara un sobre.

Se trataba de un pequeño sobre blanco que parecía contener algún papel. Le pregunté qué era lo que contenía, pero me respondió que no me lo podía decir y que por favor no lo abriera bajo ninguna circunstancia hasta que él regresara.

Se despidió pidiéndome que no le dijera a nadie que lo había visto, me agradeció nuevamente el favor, y ya cuando se iba me alcanzó a decir que siempre había estado enamorado de mí, y que las cosas podrían haber sido muy diferentes.

No lo volví a ver.

Tomé “El día del chacal” de Frederick Forsyth al azar de la biblioteca y escondí el sobre dentro de ese libro.

En las semanas siguientes a su partida aparecieron en la facultad un hombre y una mujer muy extraños preguntando por él. El hombre tenía una larga cabellera lacia y una barba que se extendía a lo largo de su pecho. Vestía una túnica blanca y sandalias de cuero. Ella en cambio usaba una solera gris y una pollera negra. Parecían dos artesanos amables y viejos que conversaban pausadamente con todo el mundo.

Alguien en algún momento les dijo que yo había sido la novia de Juan Cruz y entonces se me acercaron directamente interceptándome el paso a la salida del café.

Sus modales de pastores mutaron repentinamente en frases cortas que pedían datos concretos acerca del paradero del muchacho. Les dije que al igual que todo el mundo yo no lo veía desde que había abandonado la carrera. Pero la mujer que parecía no creerme, me tomó de la mano y me miró a los ojos fijamente como si me quisiera leer los pensamientos. Comencé a sentirme mal y me bajó la presión mientras creía que mi esfuerzo era inútil, pero sin embargo la mujer inesperadamente me soltó la mano y bajó la vista mientras le decía a su compañero: “Ésta no sabe nada, vamos”

Volví a casa con miedo, mirando hacia atrás cada diez pasos y haciendo un camino en zigzag bajo la lluvia.

Nadie jamás recordó esta anécdota, ni tampoco a Juan Cruz, ni mucho menos a la oscura pareja que lo buscaba.

Dos años después me mudé de casa y los libros fueron a parar a varias cajas, pasaron de mano en mano de la gente que me ayudó a empacar, y finalmente volvieron a ser acomodados en la nueva biblioteca casi tres semanas después, recién cuando terminé de pintar y de refaccionar a mi actual hogar.

El sábado pasado mientras ordenaba fotos viejas encontré una en la que estamos abrazados con Juan Cruz en un cumpleaños mío y repentinamente un mal presentimiento se instaló en la boca de mi estómago al ver su sonrisa en la fotografía.

Me levanté de inmediato y fui hasta la biblioteca. Busqué “El día del chacal” inútilmente por todas partes. Hasta corrí la biblioteca por si había caído detrás. Pero no estaba. Lo busqué en los cajones, en las otras repisas, en las cajas que guardo con cosas para tirar algún día, en el piso oscuro del placard entre los zapatos muertos, en las carteras viejas donde guardo mis ahorros, entre las revistas viejas del cable y entre los apuntes de la carrera. El libro no estaba. Alguien lo había llevado en algún momento de estos cinco años.

El domingo al mediodía papá hizo su asado de rutina y apenas llegué a casa de mis viejos me puse a buscar como una loca el libro perdido.

Mamá apareció de pronto y viéndome en ese estado me preguntó qué me pasaba.

Le dije que buscaba un libro llamado “El día del chacal”, entonces ella puso cara de hacer memoria y luego seriamente me respondió.

- Ah si, lo saqué de tu casa hace mucho y se lo presté a mi amiga Mariel, no creo que te lo devuelva porque al poco tiempo se fue del país de un día para el otro y nadie supo por qué.