¡ME MUDÉ! (www.gatubela.wordpress.com)

"nada de lo que escriba podrá ser usado en su contra"
Con Dulzura Gatubellita escrito el 1.3.07
Para ese entonces nosotros ya éramos solo dos personas que apenas se saludaban en el café donde nos reuníamos con los demás compañeros en los tiempos muertos de un horario de cursada confeccionado por el demonio.
Poco a poco Juan Cruz comenzó a comportarse de un modo esquivo, luego se lo veía menos por la facultad y finalmente abandonó la carrera. No hubo muchas repercusiones al respecto, sin embargo alguien me dijo que le había pasado algo muy raro en su vida y que por eso había tenido que dejar los estudios al igual que otras actividades paralelas.
Un día antes de subirse al avión de Iberia rumbo a España me llamó desde un teléfono público y me dijo varias cosas en forma apurada e inentendible. Solo quedó claro que vendría a mi casa en media hora para dejarme un sobre.
Diez minutos después tocó el portero y me pidió que bajase. Juan Cruz estaba bastante cambiado como si se hubiese hecho alguna operación estética en el rostro o como si hubiese crecido de un modo inesperado. Hablaba con miedo y miraba hacia los costados constantemente. Me dijo que se tenía que ir a España, que ya tendría tiempo de contarme en detalle las cosas que le pasaron, que yo era una de las pocas personas en la que confiaba y que al mismo tiempo no podrían relacionarla con él.
Y que por favor le guardara un sobre.
Se trataba de un pequeño sobre blanco que parecía contener algún papel. Le pregunté qué era lo que contenía, pero me respondió que no me lo podía decir y que por favor no lo abriera bajo ninguna circunstancia hasta que él regresara.
Se despidió pidiéndome que no le dijera a nadie que lo había visto, me agradeció nuevamente el favor, y ya cuando se iba me alcanzó a decir que siempre había estado enamorado de mí, y que las cosas podrían haber sido muy diferentes.
No lo volví a ver.
Tomé “El día del chacal” de Frederick Forsyth al azar de la biblioteca y escondí el sobre dentro de ese libro.
En las semanas siguientes a su partida aparecieron en la facultad un hombre y una mujer muy extraños preguntando por él. El hombre tenía una larga cabellera lacia y una barba que se extendía a lo largo de su pecho. Vestía una túnica blanca y sandalias de cuero. Ella en cambio usaba una solera gris y una pollera negra. Parecían dos artesanos amables y viejos que conversaban pausadamente con todo el mundo.
Alguien en algún momento les dijo que yo había sido la novia de Juan Cruz y entonces se me acercaron directamente interceptándome el paso a la salida del café.
Sus modales de pastores mutaron repentinamente en frases cortas que pedían datos concretos acerca del paradero del muchacho. Les dije que al igual que todo el mundo yo no lo veía desde que había abandonado la carrera. Pero la mujer que parecía no creerme, me tomó de la mano y me miró a los ojos fijamente como si me quisiera leer los pensamientos. Comencé a sentirme mal y me bajó la presión mientras creía que mi esfuerzo era inútil, pero sin embargo la mujer inesperadamente me soltó la mano y bajó la vista mientras le decía a su compañero: “Ésta no sabe nada, vamos”
Volví a casa con miedo, mirando hacia atrás cada diez pasos y haciendo un camino en zigzag bajo la lluvia.
Nadie jamás recordó esta anécdota, ni tampoco a Juan Cruz, ni mucho menos a la oscura pareja que lo buscaba.
Dos años después me mudé de casa y los libros fueron a parar a varias cajas, pasaron de mano en mano de la gente que me ayudó a empacar, y finalmente volvieron a ser acomodados en la nueva biblioteca casi tres semanas después, recién cuando terminé de pintar y de refaccionar a mi actual hogar.
El sábado pasado mientras ordenaba fotos viejas encontré una en la que estamos abrazados con Juan Cruz en un cumpleaños mío y repentinamente un mal presentimiento se instaló en la boca de mi estómago al ver su sonrisa en la fotografía.
Me levanté de inmediato y fui hasta la biblioteca. Busqué “El día del chacal” inútilmente por todas partes. Hasta corrí la biblioteca por si había caído detrás. Pero no estaba. Lo busqué en los cajones, en las otras repisas, en las cajas que guardo con cosas para tirar algún día, en el piso oscuro del placard entre los zapatos muertos, en las carteras viejas donde guardo mis ahorros, entre las revistas viejas del cable y entre los apuntes de la carrera. El libro no estaba. Alguien lo había llevado en algún momento de estos cinco años.
El domingo al mediodía papá hizo su asado de rutina y apenas llegué a casa de mis viejos me puse a buscar como una loca el libro perdido.
Mamá apareció de pronto y viéndome en ese estado me preguntó qué me pasaba.
Le dije que buscaba un libro llamado “El día del chacal”, entonces ella puso cara de hacer memoria y luego seriamente me respondió.
- Ah si, lo saqué de tu casa hace mucho y se lo presté a mi amiga Mariel, no creo que te lo devuelva porque al poco tiempo se fue del país de un día para el otro y nadie supo por qué.
Con Dulzura Gatubellita escrito el 21.2.07
Hace unos días, por causas que revelaré al final de este texto, recordé de punta a punta la historia de Fernando, un ex amigo mío, que de paseo por Entre Ríos en busca de unas vacaciones diferentes y renovadoras que lo hicieran olvidar de un amor repentinamente traicionero, se enamoró de una de esas mujeres hermosas que pasean sus dotes y sus bailes por los circuitos del carnaval de Gualeguaychú.
La chica en cuestión se llamaba Mara, y era una morocha de mediana altura con flequillo recto, ojos verdes y un cuerpo precioso con quien Fernando vivió un amorío de tres noches de corsódromo, hotel y lentejuelas.
Al término de la cuarta jornada ella prometió visitarlo pronto en Buenos Aires y él se despidió desde la ventanilla del Chevallier con una sonrisa mientras agitaba la bandeja con alfajores y sanguchitos que recién le habían entregado.
Nunca más tuvo noticias de ella.
Durante los primeros días posteriores a su regreso de Entre Ríos, Fernando nos hablaba a sus amigos constantemente sobre Mara y su belleza. Nos aseguraba haber encontrado al amor de su vida y que todo (incluyendo la traición de su viejo amor) había sido un plan de Dios para que conociera a esta entrerriana que lo había deslumbrado por completo.
Al principio esperó su llamado ilusionado y confiado, pero con el correr de las semanas su esperanza fue mermando al punto de la depresión. Los amigos estuvimos a su lado.
Ese otoño decidió regresar a Gualeguaychú para rastrearla, sin embargo no supo obtener ningún dato de la mujer, ni en ése, ni en los otros viajes que realizó, incluyendo el de las vacaciones siguientes que dilapidó absolutamente atento a todas las comparsas sin Mara.
Dos o tres años después dejó de viajar a Entre Ríos y comenzó a olvidarse de ella a fuerza de veranear en Mar del Plata con una rubia bajita de Lanús que usaba aparatos en los dientes y con la que se casó a poco de quedar embarazada por primera vez.
Fue por ese tiempo que nos dejamos de ver. Su nueva mujer comenzó lentamente a alejarlo de sus viejos amigos y al poco tiempo (supe por extraños) se quedó sin amigos.
El sábado pasado me invitaron a la inauguración de un boliche en la zona Norte que regentea el marido de una amiga de mi mamá y que quería que yo lo ayudara para que todo estuviera impecable en el debut. Acomodé sillas, seleccioné música, probé cócteles y ayudé a cambiar a las mozas y promotoras.
A mitad de la noche una de ellas se torció un tobillo bajando las escaleras y cayó con la bandeja golpeándose el mentón contra el suelo. Inmediatamente la acompañé a la parte de atrás de la cocina para auxiliarla, y fue durante ese trayecto que me contó que se llamaba Mara, que era de Entre Ríos, que éste era su primer trabajo en Buenos Aires y que no lo quería perder a pesar de su accidente.
En ese momento recordé a Fernando y a sus antiguas descripciones coincidiendo con el rostro de la mujer que sostenía una servilleta con hielo contra su cara.
Le dije que se quedara tranquila porque no iba a perder el trabajo, luego la noche continuó y nos despedimos tres horas después con un beso, un agradecimiento y los teléfonos intercambiados por cualquier cosa.
Entonces llegó la parte en que se cumplió la profecía de Fernando en la que aseguraba que todo era una obra de Dios para que ellos dos se conocieran, ya que apenas salí del boliche esa misma madrugada en busca de un taxi, me crucé con él después de cuatro años, feliz de volver a verme y ofreciéndose a llevarme hasta mi casa.
A escasos treinta metros nuestro quedaba Mara cambiándose con las demás promotoras.
Estuvimos todo el trayecto conversando con Fernando acerca de la vida, de sus hijos, de su mujer y también de mis cosas.
Me dejó en la puerta y se despidió tocando bocina con una sonrisa.
Con Dulzura Gatubellita escrito el 12.2.07
La hermana de mi abuela era conocida en la familia por sus poderes sobrenaturales.
En verdad nunca los pudo demostrar en vida, pese a que creía interpretar el futuro con cartas o leyendo las líneas de las manos. De todos modos se le reconocía algún que otro acierto importante el cual utilizaba para reafirmar su condición cada vez que salía el tema.
Cuando yo la conocí, ella ya era bastante viejita. Desde su silla de ruedas continuaba asegurando que podía ver ángeles, conversar con difuntos, soñar el futuro y anticipar tragedias. La familia que había oído sus historias durante décadas apenas le llevaba el apunte, pero como yo vivía a dos cuadras de su casa y me encantaba escucharla hablar (siempre me gustó estar entre viejas) me pasaba muchas tardes haciéndole compañía y aprendiendo a desarrollar los poderes que según ella yo también tenía.
Sus últimos días fueron muy distintos. Casi no hablaba y había abandonando la sonrisa que la caracterizaba desde siempre. Esa semana triste la casa se llenó de hijos, primos y nietos que querían verla por última vez. Ella lo sabía perfectamente y les dedicaba palabras de aliento a cada uno sin reprocharles las escasas visitas de los últimos años.
Su cuenta regresiva estaba llegando a su fin, sin embargo dos días antes de morir se levantó de la silla de ruedas.
La encontré barriendo muy lentamente la vereda de su casa. Estaba feliz y saludaba a los vecinos, parecía recuperada de sus tantos males, era como si hubiese vuelto diez años hacia atrás.
La ayudé a entrar entre reproches porque se iba a caer y cada paso que daba parecía ser el último, pero ella se reía sin parar. Luego nos sentamos en la mesa del patio y por esa vez quiso tomar cognac en lugar del mismo té de siempre, mientras me contaba que había visto su propio velorio.
“Mi hijo Efraín no va a poder venir porque se le va a romper el auto en el sur, casi todas las mujeres van a estar vestidas de negro menos tu mamá. También va a aparecer el hermano de tu abuelo que siempre estuvo enamorado de mí y que todos creían muerto, mi hija Florencia se va a desmayar, y por supuesto va a llover mucho”
Yo le dije que se quedara tranquila porque solo había sido un sueño y que no se preocupara porque la veía mucho mejor, pero ella me dijo que estaba muy tranquila y que la veía bien porque se encontraba experimentando el mejoramiento de la muerte, que es como llaman los médicos a lo que viven casi todos los enfermos como una despedida de su cuerpo antes de rendirse.
“Y una cosa más – me dijo cuando ya la estaba ayudando a recostarse en su cama – vos vas a ser la última en verme sonreír”
Falleció en la madrugada siguiente y nadie se sorprendió.
Su hijo no pudo llegar al velorio porque chocó en Villa Regina, las mujeres asistieron vestidas de negro menos mamá que fue de gris. Apareció inesperadamente el hermano de mi abuelo al que todos creían muerto, y besó la frente de mi tía abuela con mucha tristeza sin que nadie supiera por qué. Cerca de las doce Flor se desmayó y más tarde llovió con furia.
A la mañana siguiente cuando faltaban pocos minutos para que tapasen el cajón, me acerqué para ver a mi tía abuela por última vez y me quedé un rato largo observándola y observándola, pero como ya se nos acababa el tiempo, y ella no me sonreía porque había demasiada gente alrededor, le tuve que sonreír yo.
Con Dulzura Gatubellita escrito el 31.1.07
Parecía que todo lo que estaba pasando era un preámbulo necesario pero triste a la espera de los verdaderos acontecimientos, o sea: La llegada de Guille desde Barcelona con unas inéditas y misteriosas pastillas llamadas Marilynas Negras.
Las paredes del piso en Barrio River se tambaleaban a la par de un Hip Hop pegajoso y a todo volumen. El ritual de ir a las heladeras y elegir entre tantas botellas mezclaba a los cuerpos transpirados y apenas vestidos con papel de regalo. En el balcón más grande, porque en el otro estaba el dueño de casa con la novia de su padre, se conversaba acerca de las escasas posibilidades que Guille tenía de pasar las pastillas por la aduana de Ezeiza.
Minutos más tarde un llamado al celular del César logró el silencio de todos y enseguida su sonrisa al cortar frunció los corazones de la mayoría, el mío no, porque no tengo. “Está en un taxi a diez cuadras de acá” dijo eufórico y todos comenzaron a bailar sobre los muebles.
El mundo entero quería bajar a abrirle. Al verlo entrar lo abrazaron tanto que parecía que venía de una guerra en la que había muerto. No tuvo tiempo de servirse un trago porque el interrogatorio sobre las Marilynas le hizo bucear en la falsa pared de un atado de Marlboro Box donde dormían las negras más famosas del Hollywood.
Enseguida parecieron pocas al compararlas con la cantidad que éramos en el cumpleaños, sin embargo cuando Guille sacó siete atados más de cigarrillos de su bolso César se arrodilló delante de él y le besó el miembro sobre su pantalón. “Mi fiesta dependía de vos” le dijo mirándolo desde abajo como un esclavo.
Minutos después, y tras un ritual Barcelonés que consistía en una pequeña oración pagana, Guille puso en cada palma abierta una pastilla negra con forma de corazón.
“Cada cual sabe a lo que se expone, las Marilynas buscan la esencia de cada persona y la potencia hasta lo inimaginable convirtiéndola en el motor principal por encima del cerebro y el corazón. Están todos avisados.”
La tomé sin pensar y la bajé con ron. Desde entonces no recuerdo nada.
Esto lo estoy escribiendo una semana después del cumpleaños de Guille, tengo el pelo teñido, marcas en el cuerpo, sellado el pasaporte y la sensación de haber matado a alguien con las manos.
Con Dulzura Gatubellita escrito el 18.1.07
Con Dulzura Gatubellita escrito el 8.1.07
Con Dulzura Gatubellita escrito el 31.12.06
Con Dulzura Gatubellita escrito el 24.12.06
Con Dulzura Gatubellita escrito el 12.12.06
Con Dulzura Gatubellita escrito el 27.11.06
Con Dulzura Gatubellita escrito el 20.11.06
Con Dulzura Gatubellita escrito el 10.11.06
Con Dulzura Gatubellita escrito el 3.11.06
Con Dulzura Gatubellita escrito el 30.10.06
Con Dulzura Gatubellita escrito el 24.10.06
Con Dulzura Gatubellita escrito el 19.10.06
Con Dulzura Gatubellita escrito el 13.10.06
Con Dulzura Gatubellita escrito el 9.10.06
Con Dulzura Gatubellita escrito el 3.10.06
Con Dulzura Gatubellita escrito el 30.9.06
Con Dulzura Gatubellita escrito el 25.9.06
Con Dulzura Gatubellita escrito el 21.9.06
Con Dulzura Gatubellita escrito el 18.9.06
Con Dulzura Gatubellita escrito el 12.9.06
Con Dulzura Gatubellita escrito el 2.9.06
Con Dulzura Gatubellita escrito el 31.8.06
Con Dulzura Gatubellita escrito el 29.8.06
Con Dulzura Gatubellita escrito el 23.8.06
Con Dulzura Gatubellita escrito el 12.8.06
Con Dulzura Gatubellita escrito el 8.8.06
Con Dulzura Gatubellita escrito el 4.8.06
El sábado salí con un ex novio al que YO MISMA llamé en un claro ataque de pánico.
Me pasó a buscar en auto y fuimos al mismo lugar dónde nos conocimos.
Tomamos licor de whisky, únicamente, es caro pero pagaba él.
Cuando se hicieron las tres de la mañana comenzó a rondar la idea de terminar la noche en una misma cama. Él no lo quería decir abiertamente porque decía que yo todavía le daba miedo, al igual que todo aquel tiempo borrado.
La conversación fue girando poco a poco en torno al sexo y a “lo mucho que hace que no la paso como cuando estábamos juntos”.
Llegamos a su casa a ver unas fotos nuestras que él guardaba dónde yo tenía un corte de pelo MUY PARTICULAR y por el cual fui recordada mucho tiempo.
Se puso a abrir cajones hasta que las encontró.
Se nos veía felices y desconocedores absolutos de lo que luego ocurriría.
“¿Te acordás de este día?” me preguntó señalándome una foto particular en la que estábamos los dos abrazados apoyados en un auto blanco que luego se partió en mil pedazos contra un colectivo.
“No, no me acuerdo de nada” le dije.
Nos quedamos en silencio mirando la foto que había sacado Walter dos días antes de matarse.
Con Dulzura Gatubellita escrito el 31.7.06
Con Dulzura Gatubellita escrito el 24.7.06
Con Dulzura Gatubellita escrito el 22.7.06
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